lunes, 18 de febrero de 2013

Los deseos del Corazón



Fernando Torre, msps.

Somos sujetos incompletos; vamos de camino. Por eso surgen en nuestro corazón innumerables deseos. Una inquietud vital nos acompaña. Somos un deseo insatisfecho que busca su objeto.

El deseo es indispensable para la vida. Deseamos comida y salud, queremos conocer y crear, buscamos cariño y amistad… Sin deseos moriríamos o, al menos, nos veríamos encadenados a la apatía o la depresión, y seríamos incapaces de trabajar, amar y gozar.

En nuestra vida espiritual, el deseo ocupa un lugar esencial y sobresaliente: deseamos –aunque lo ignoremos– encontrar a Dios y vivir en comunión con él. Le dice Conchita a su hija Religiosas de la Cruz: «Jesús es tan bueno que acepta, como hechos, los deseos del corazón» 1 . Mientras que nosotros nos exigimos haber llegado a la meta, a Jesucristo le basta nuestro deseo de llegar.

El objeto deseado nos fascina; da dirección y dinamismo a nuestra vida. Dirigirnos hacia él nos produce placer y alegría.

Es común que en nuestro interior se entable una lucha entre deseos opuestos: deseo comerme un chocolate y quiero bajar de peso. Sólo el amor por un bien mayor nos permite posponer otros deseos o renunciar a ellos. «El amor da fuerzas, y todo lo arrolla y todo lo vence: es un fuego consumidor que hace arder al alma en deseos de asimilarse con el objeto amado». 2

Cierto que podemos desear de manea egoísta o equivocada, o incluso desear algo ilícito o inmoral. Pero, en vez de acallar los deseos, hemos de educarlos para que nos ayuden a buscar lo que nos hace bien, lo que beneficia a los demás, lo que agrada a Dios.

Dejemos de lamentarnos de que nuestros pasos hayan sido equivocados o de que estemos lejos de la meta; lo que importa es aceptar nuestros límites, desear intensamente acercarnos a la meta y caminar en la dirección correcta.