P. Fernando Torre, M.Sp.S.
“SOS” es la señal de auxilio más
utilizada. Me sirvo de estas letras para platicar contigo sobre tres acciones
fundamentales: Silencio, Oración y Soledad. «Muy de madrugada, Jesús se
levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado donde estuvo orando» (Mc
1,35).
Vivimos en un mundo
ruidoso. Hemos creado a nuestro alrededor una atmósfera llena de sonidos. Para
hacer silencio, hay de desconectarnos, aunque sea brevemente, del radio, la
televisión e internet y apagar el celular. Debemos
también hacer callar nuestros rencores, ambiciones, ideas negativas,
sentimientos destructivos… Esos ruidos interiores son los que más nos aturden.
El silencio nos permite escuchar nuestro corazón y a Dios; escuchar a los demás
y a toda la creación.
La oración consiste en
estar con Dios, acoger su amor y escuchar su Palabra, amarlo y hablarle. Para
orar, basta con entrar en nuestro corazón, pues allí vive Dios; basta con
acoger las múltiples manifestaciones con las que Dios, cada día, nos sale al
encuentro. La oración nos capacita para hablar de Dios a los demás y
reanimarlos.
La soledad no es un
aislamiento egoísta ni una huída de los demás, sino una retirada estratégica
para estar con nosotros mismos y con Dios. Un lugar aislado favorece la
soledad; pero en cualquier parte podemos crear un desierto, basta con cerrar
una puerta o con caminar sin compañía donde sea. La soledad nos prepara para ir
al encuentro de los otros y servirlos.
El SOS me ayuda a
conseguir la paz interior, desarrolla mi capacidad de amistad, acrecienta mi
sed de Dios y me armoniza con la creación.
Sería provechoso tener
cada día unos 15, 30, 60 minutos… de SOS, y tener cada semana, cada mes y cada
año un tiempo más prolongado.
Cuando nuestro corazón grite
“SOS”, cuando pida auxilio, démosle Silencio, Oración y Soledad.