Dejarse amar de Jesús –le dice Concepción Cabrera a su hija Religiosa de la Cruz– es consentir en que haga de nosotros lo que quiera; es
dejarle que nos vacíe el corazón por los mil medios que a Él le plazcan, es
abandonarse a sus paternales brazos como un niño en los de su buena madre.
Dejarse
Él vino al mundo sólo para amarnos más de
cerca, para unírsenos de corazón a corazón, para que puras y limpias nuestras
almas, nos prestáramos a sus caricias, a sus delicadezas, a sus ternuras
purísimas. Dilata, pues, tu corazón, hijita de mi alma, y hazte digna en lo
posible de esas ternuras del Señor; deja circular en ti la vida divina, esa
invasión de Jesús que forma a los santos.
Cuando no nos dejamos amar de Jesús es por
egoísmo, es porque nosotros no lo amamos
lo suficiente, es por temor de que nos pida lo que no queremos darle,
es ¿lo diré? por nuestro horror al sacrificio, a la correspondencia inmediata, a ser mártires con el Mártir
divino; es por no tomar el parecido con el Crucificado, ¡que tanto nos ama!
Que no sea así en ti, querida Teresa;
déjate amar del Amado de tu alma; y si bien es cierto que el amor crucifica, ¡déjate
crucificar por ese adorable Jesús de tus amores, de tus ensueños y de tus
esperanzas! No temas, que Él siempre te crucificará por amor y por acumular
coronas en tu frente y perlas en tu alma; no temas jamás, que Él nunca abusa de
las fuerzas del corazón, y da la cruz a nuestra corta medida. No temas, porque
sería ofender su ternura, su delicadeza, ¡su apasionado amor para contigo!
Jesús se estremece con el viento helado
del invierno de las almas que no se dejan amar; pero en la tuya no será así. ¿Fría
Teresa de María? Eso jamás. Un alma mortificada y que permanece en el amor
de Jesús por sus votos religiosos y constante renunciamiento, y que se deja
amar de Él, no puede estar fría,
¡imposible! ¡¡Ser amada de Dios!!, ¡qué hermosa vida, mi hijita! Dios sostiene
al alma que se deja amar, con la ternura de una madre que estrecha con sus
manos la cabeza de su hijo llenándola de besos y de caricias. Pero, ¿sabes quiénes
son las almas que se dejan amar de Jesús y en las que tiene Él sus
complacencias? Las almas humildes, las almas puras y obedientes y sacrificadas;
ellas son las únicas que reciben las irradiaciones de la bondad soberana. Sé
siempre pura y poseerás a la fuente del amor que es Dios, lo verá tu alma y lo
reflejará tu espíritu.»[1],
[1]
Carta escrita el 23 octubre 1911, en
Concepción Cabrera de Armida, Cartas a Teresa de María, México 1989, 115-116.
Texto seleccionado Fernando Torre, msps.