martes, 13 de octubre de 2015

Déjate amar del Amado

    Dejarse amar de Jesús –le dice Concepción Cabrera a su hija Religiosa de la Cruz– es consentir en que haga de nosotros lo que quiera; es dejarle que nos vacíe el corazón por los mil medios que a Él le plazcan, es abandonarse a sus paternales brazos como un niño en los de su buena madre.
Dejarse

   Él vino al mundo sólo para amarnos más de cerca, para unírsenos de corazón a corazón, para que puras y limpias nuestras almas, nos prestáramos a sus caricias, a sus delicadezas, a sus ternuras purísimas. Dilata, pues, tu corazón, hijita de mi alma, y hazte digna en lo posible de esas ternuras del Señor; deja circular en ti la vida divina, esa invasión de Jesús que forma a los santos.

   Cuando no nos dejamos amar de Jesús es por egoísmo, es porque nosotros no lo amamos lo suficiente, es por temor de que nos pida lo que no queremos darle, es ¿lo diré? por nuestro horror al sacrificio, a la correspondencia inmediata, a ser mártires con el Mártir divino; es por no tomar el parecido con el Crucificado, ¡que tanto nos ama!

   Que no sea así en ti, querida Teresa; déjate amar del Amado de tu alma; y si bien es cierto que el amor crucifica, ¡déjate crucificar por ese adorable Jesús de tus amores, de tus ensueños y de tus esperanzas! No temas, que Él siempre te crucificará por amor y por acumular coronas en tu frente y perlas en tu alma; no temas jamás, que Él nunca abusa de las fuerzas del corazón, y da la cruz a nuestra corta medida. No temas, porque sería ofender su ternura, su delicadeza, ¡su apasionado amor para contigo!

   Jesús se estremece con el viento helado del invierno de las almas que no se dejan amar; pero en la tuya no será así. ¿Fría Teresa de María? Eso jamás. Un alma mortificada y que permanece en el amor de Jesús por sus votos religiosos y constante renunciamiento, y que se deja amar de Él, no puede estar fría, ¡imposible! ¡¡Ser amada de Dios!!, ¡qué hermosa vida, mi hijita! Dios sostiene al alma que se deja amar, con la ternura de una madre que estrecha con sus manos la cabeza de su hijo llenándola de besos y de caricias. Pero, ¿sabes quiénes son las almas que se dejan amar de Jesús y en las que tiene Él sus complacencias? Las almas humildes, las almas puras y obedientes y sacrificadas; ellas son las únicas que reciben las irradiaciones de la bondad soberana. Sé siempre pura y poseerás a la fuente del amor que es Dios, lo verá tu alma y lo reflejará tu espíritu.»[1],



[1] Carta escrita el 23 octubre 1911, en Concepción Cabrera de Armida, Cartas a Teresa de María, México 1989, 115-116. Texto seleccionado Fernando Torre, msps.