jueves, 9 de febrero de 2012

HAZTE SANTA


Inyecciones de fuego
Fernando Torre, msps.


«Hazte santa»[1], «hazte muy santa»[2], le dice una y otra vez Conchita a su hija Teresa de María. Esta exhortación salía con frecuencia de la boca de Conchita, pues el deseo de santidad rebosaba en su corazón.

Esas palabras son un eco del precepto que Yahvéh dio a los israelitas tras haber hecho con ellos una alianza de amor: «sean santos, porque yo soy santo» (Lv 19,2); son un eco del mandato que Jesús dirigió a sus discípulos: «sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso» (Lc 6,36; cf. Mt 5,48).

La santidad —como nos ha dicho el Concilio Vaticano II— es la vocación universal, la vocación de cada persona (cf. LG, cap. V), es el fin para el que Dios nos creó, la meta a la cual Dios nos llama a ti y a mí. La santidad consiste en transformarnos en Jesucristo. El Espíritu Santo es quien nos transforma; pero, para hacerlo, necesita nuestra docilidad a su acción y el esfuerzo diario por corresponderle.

¿Y por qué Conchita nos motiva a buscar la santidad? Porque quiere que seamos felices, porque anhela que amemos y actuemos como Jesucristo, porque así podremos colaborar mejor con él en la salvación del mundo y ser más útiles a los demás, porque nuestro Dios-Trinidad se complacerá al ver en nosotros la imagen de Jesús.

Con su invitación «hazte santa/o», Conchita nos hace visualizar la meta, nos comunica la certeza de que podemos alcanzarla y atiza en nosotros el deseo de llegar a ella. Así, podremos dirigir cada día nuestros pasos hacia ese ideal y tendremos las fuerzas necesarias para superar cualquier obstáculo.

¡Qué gran apostolado realiza Conchita al comunicarnos su deseo de ser santa! Vivamos hoy coherentemente la vida cristiana y que, a través de nuestro testimonio y nuestra palabra, el Espíritu Santo encienda o avive en los demás el deseo de santidad.


[1] Carta escrita el 19 abr 1908; lleva por título: “Despedida a mi querida hija en su entra a la Congregación”, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 19.
[2] Carta escrita en 1911, en Cartas a Teresa de María, México 1989, 100.